Facebook y nuestro derecho a desaparecer.

Ayer me encontré por primera vez con el problema. Es una cosa que puede parecer inocente, y que la gente puede propagar sin maldad, pero que puede convertirse en un arma de doble filo.

Entrando en el grupo de mi barrio de Barcelona alguien puso una foto de una pareja con una descripción que decía que se buscaba urgentemente a la chica de la foto. Cuando alguien le preguntaba cuál era el motivo la chica que puso la foto contestó con un simple —No sé, a mí me han dicho que lo pasara—.

Lo primero que piensas es que puedes estar haciendo un bien pasando una foto en la que se busca a alguien. ¿Pero y si te equivocas?

Hoy me he vuelto a encontrar con una foto similar y ya me ha dado más que pensar. ¿Y si esa persona se está ocultando expresamente? Los motivos pueden ser varios, pero podemos poner un ejemplo claro y grave: el de una mujer maltratada. ¿Imagináis por un momento que se está ocultando de su agresor y que alguien, involuntariamente, desvela el paradero de la mujer?

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La idea en sí puede ser buena, pero siempre y cuando sea de una fuente fiable. Por ejemplo, no sé si la Policía lo hace, pero estaría bien que hubiese un espacio dedicado a personas desaparecidas en una página de Facebook registrada y verificada, en la que ellos pongan las fotos de personas que están realmente en búsqueda, y que se pudieran difundir con la certeza que estás haciendo lo correcto. En twitter es más sencillo, ya que en el retuit te sale si es de la Policía con el icono de certificación o no. Pero en Facebook la confirmación se complica…

Estamos cansados de ver por la tele, sobre todo en series estadounidenses, la imagen del peligroso de turno o de una mujer en peligro. En esos casos las imágenes fluyen por canales de noticias dónde se presupone una veracidad implícita. No estaría mal que se empezaran a usar los nuevos medios sociales para búsqueda de personas.

Pero siempre, y repito, siempre, que sean de una fuente fiable y no de alguien que la ha compartido por alguien que le ha dicho que…

La memoria y nuestro YO.

El otro día leyendo un artículo sobre el cerebro, de Gary Marcus, Director del Centro de Lenguaje Infantil de la Universidad de Nueva York, me vino una inquietante sensación de desasosiego. Algunas cosas las conocía, pero algunas no, y esas me hicieron plantearme unas ciertas preguntas.

Nuestra memoria no es infinita ni mucho menos. Aquello de que el saber no ocupa lugar es completamente falso. Sí lo ocupa. Aunque eso no signifique que no tengamos una increíble capacidad de almacenamiento.

Vamos a ir por partes y a grandes rasgos lo que yo tengo entendido. Si alguien ve que estoy equivocado por favor, que me lo diga.

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¿Cómo funciona nuestro cerebro?

 

Tenemos varios tipos de memoria. Las más importantes son la Memoria de Largo Plazo, la Memoria de Corto Plazo y la Memoria de Trabajo.

La memoria de trabajo o memoria operativa es la consciente que permite a tu cerebro trabajar en el presente. Cuando te dan un número de teléfono y lo apuntas están trabajando con memoria de trabajo u operativa. Después de su uso, puede pasar a la Memoria de Corto Plazo o a la Memoria de Largo Plazo. Cuando recuperas información de tu memoria de largo plazo y la utilizas, en ese momento se convierte en memoria de trabajo.

La memoria de corto plazo se considera a los hechos recientes que todavía no han sido eliminados o movidos a la memoria de largo plazo. Se suele corresponder con unas 20 ó 24 horas siempre que descansemos bien. Aquí es donde incluimos qué cenamos ayer o a qué hora llamamos a alguien anteayer. Recordamos mejor los hechos conscientes, así que actos que se hacen en modo automático y a los cuales no les prestamos mucha atención «quizá por rutina, quizá por estar prestando atención a otra cosa» se suelen olvidar. Así, es más fácil recordar a qué hora se llamó por teléfono, que requiere un acto consciente que quizá recordar lo que comiste si lo hiciste mientras estabas por otras cosas o la comida no la habías preparado tú.

De todas maneras en nuestra percepción de las cosas nuestro subconsciente va creando huellas mnémicas, tales como el aroma, la temperatura, sonidos, imágenes, canciones… Esas huellas mnémicas pueden guardarse junto al recuerdo si pasa a la memoria de largo plazo o pueden eliminarse junto al recuerdo. ¿Quién no ha recordado una vieja escena a la perfección a través de una canción? Quizá de vuestra canción. Al sonar, irremediablemente el recuerdo aboca al presente de manera inmediata. O un olor… una fotografía… Eso son huellas mnémicas.

Y por fin la más interesante para mí: La memoria de largo plazo. Es innegable que es capaz de albergar muchísima información. El problema es que somos nefastos a la hora de recuperar dicha información. En un ordenador la información está bien guardada con un índice que permite acceder a la información de manera inmediata porque se conoce donde está alojada. Nuestro cerebro no funciona así desgraciadamente. Se podría decir que tenemos la mejor biblioteca del mundo con la peor bibliotecaria.

Una de las cosas que me llamó la atención del artículo era que tendemos a recordar mejor las cosas que encajan con nuestras creencias que aquellas que las contradicen. Tal como él dice:

«Somos más proclives a recordar la información que concuerda con nuestra propia posición personal que la que se aparta de ella.»

Nuestra memoria dista mucho de ser perfecta. Nuestro estrés puede borrar recuerdos, a veces somos incapaces de reconocer a alguien fuera de su contexto «lo conozco, pero no sé de qué», tener palabras en la punta de la lengua y no querer salir, errores en las declaraciones de testigos que han visto el mismo suceso y cada uno lo ve de manera distinta… E incluso es capaz de crear verdades a raíz de mentiras. Es sabido que hay gente que a partir de una mentira la ha convertido en verdad pudiendo pasar todas las pruebas de detectores de mentiras. Gente que recuerda sucesos que jamás ocurrieron. También se han dado casos de plagios involuntarios. Algo que hemos visto, leído u oído con anterioridad… y después, sin querer, hemos empezado a crear con dicho material pensando que es nuestro. Como músico aficionado me he llevado muchos chascos de este estilo…

Recuerdo también un experimento en el que pasaban unas imágenes a un grupo de veinte personas a la vez y pedían la descripción de una persona que había salido en las imágenes. El problema era que el experimento solo se hacía sobre un sujeto, y los otros diecinueve aportaban datos para confundirlo. Al final, la imagen que el sujeto dictaminó estaba completamente manipulada por la información que entre sus «compañeros» de experimento habían manejado.

— Tenía barba.

— Yo no lo recuerdo con barba.— decía el sujeto.

— Si, si que tenía barba.— decía otro del grupo.

— Pues yo diría que no.— volvía a insistir el sujeto.

— Segurísimo.— volvía a insistir otro del grupo

«Un rato después…»

— Pues puede ser que si tuviera. Ahora que lo decís, si que me suena.— acaba reconociendo el sujeto.

Todo esto ya lo conocía, pero lo que me llamó la atención fue lo de recordar nuestras creencias por encima de las otras. Esto viene a decir que nuestra subjetividad se ve agravada por esta circunstancia. O lo que es lo mismo, cada vez somos más subjetivos y reacios a contrastar nuestras creencias.

Después de estas deducciones lógicas algo me hizo todavía aterrarme más. ¿Qué pasaría si alguien reforzara esas ideas o creencias nuestras? ¿Nos volveríamos más radicales?

Rápidamente me vino a la cabeza como no podía ser de otra manera Facebook y Google. Si alguien sabe lo que nos gusta, sin duda son ellos. La información que me llega es cada vez más sesgada por un patrón. Por mí patrón. Lo que a su vez quiere decir que guardaré información sobre cosas que me gustan y las recordaré de la misma manera. Pasando de la subjetividad más o menos sana a un radicalismo insano. Y más si tenemos en cuenta de qué manera manejan la información los medios de comunicación.

Nuestro cerebro sigue siendo un misterio, pero si lo comparamos con un ordenador también podemos hacer el símil de pensar que tiene muchos fallos de seguridad. Fallos que muchos especialistas de la comunicación conocen y ponen a disposición del mejor postor para manipular con destreza y sin que apenas nos demos cuenta.

 

El principio de mediocridad. O el «no somos nadie»

Edge.org es una revista científica electrónica que entre sus apartados sobresale «la pregunta del año«. Después se recogen todas las respuestas de toda clase de científicos y lo publican en un libro.

Así, sin querer, me encontré yo con el libro relativo a la pregunta del año 2011:  «¿Qué concepto científico podría venir a mejorar el instrumental cognitivo de las personas?» Y de esa pregunta salió el libro: Esto le hará más inteligente: Nuevos conceptos científicos para mejorar su forma de pensar.

Grandes científicos de todo el mundo y áreas, explicaban lo que para ellos era el concepto científico que toda persona debería conocer.

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Esto le hará más inteligente.

La respuesta del biólogo P.Z.Myers de la Universidad de Minnesota me sorprendió bastante: «El principio de mediocridad»

El principio de mediocridad sostiene simplemente que no es usted especial. El universo no gira en torno a su persona; este planeta no cuenta con ningún privilegio singular; su país no es el resultado perfecto de una secuencia de designios divinos; su existencia no se debe al influjo de un sino orientador e intencional; y ese emparedado de atún que se ha comido en el almuerzo no forma parte de una conjura pensada para producirle una indigestión. La mayoría de las cosas que suceden en el mundo son simples consecuencias de las leyes naturales, leyes de carácter universal, puesto que se rigen en todas partes y atañen a la totalidad de lo existente, sin que haya excepciones especiales ni amplificaciones que redunden en su beneficio personal (y siendo además la diversidad de la intervención del azar). Todo cuanto usted, como ser humano, considera investido de una importancia cósmica es un accidente.

Yo, todo esto lo considero algo natural porque me considero una persona que basa sus ideas en lo que conozco y comprendo de la ciencia. Pero evidentemente hay quien no lo ve así.

Estaría muy bien que lo tuvieran en cuenta todos los sectores religiosos. Todos los que invariablemente sean de la religión que sean, se creen superiores al resto. Todos que ven en el ser humano la pieza escogida por un dios, despreciando de esa manera a cualquier otro animal de la naturaleza o incluso apartando a las mujeres de ese «estatus» superior.

También a los patriotas que desprecian a los que no son como ellos, creyéndose que son mejores que los demás. Con el claro ejemplo de Hitler y su genocidio. Nunca he entendido a la gente que dice que está orgulloso de ser de un país. Da igual cual sea. Para mí el orgullo es algo que se consigue al haber alcanzado una meta, no por una simple casualidad. El nacimiento en España, en Dinamarca o en Nigeria no es una opción, no es una elección. De todos los millones de espermatozoides, uno de ellos, tú, fecundaste el óvulo de tu madre. Y ya está. No hay ningún acto de orgullo en nacer aquí o allí.

Puedo entender el orgullo por haber conseguido sacarse una carrera, por haber encontrado un buen trabajo o por haber vencido al miedo y presentarte a esa chica a la que miras desde hace horas. Pero el orgullo sin esfuerzo para mí se llama arrogancia.

A veces va bien poner los pies en el suelo y reconocer esa mediocridad. Saber que no somos nadie. Somos animales con un avanzado estado de conciencia que ha sido capaz de crear unos sentimientos que se ven recompensados a través de las relaciones sociales. Somos capaces de lo mejor y de lo peor, pero animales al fin y al cabo.

Pero no todo tiene que parecer triste. La vida, tal y como la conocemos, sigue aquí y debemos aprovecharla. Si hay oportunidades hay que ir a por ellas y no por el simple hecho de reconocer que no eres especial tienes que sentirte abatido. Eso te pone a la misma altura que el resto de tu especie, pero con tus propias particularidades derivadas de los genes y del entorno social. Así pues, no dejas de ser único en tu especie. Eres igual… pero distinto.